Artículo en coautoría con Rodolfo Barrere (RICYT-OCTS)
Es frecuente referirse a América Latina como un conjunto homogéneo de países que comparten lenguas, historias y tradiciones afines. Esta imagen es parcialmente cierta, pero si se pretendiera caracterizar con un rasgo a la región, éste sería la diversidad, por cuanto conviven en ella países de muy diferentes características, tamaños y niveles de desarrollo. En este escenario plural la ciencia y la tecnología fueron percibidas tempranamente como muy importantes en las estrategias de desarrollo. Lo cierto es que se lograron algunos éxitos, incluso resonantes, en ciencias biomédicas, tecnología nuclear, espacial y agropecuaria, entre otras. Sin embargo, en términos generales los resultados no fueron los esperados en cuanto al logro de la meta del desarrollo y la reducción de la pobreza.
Comparativamente, la inversión en I+D de los países de América Latina continúa teniendo una baja intensidad en comparación a la de los países industrializados. Brasil alcanza el equivalente a 1,16% del PBI y Uruguay 0,53%. El resto de los países invirtió menos del 0,50% de su producto en I+D. Por contraste, Corea e Israel destinan casi el 5%, mientras que Alemania y Estados Unidos rondan el 3% del PBI. No obstante, la baja intensidad de la inversión no está relacionada de manera directa con el esfuerzo de los gobiernos; el sector empresarial es el más rezagado en este aspecto. Por otra parte, es importante no perder de vista que la inversión regional representa tan sólo el 2,6% del total mundial. América Latina se caracteriza, además, por un fenómeno de concentración en el cual Brasil, México y Argentina, representan el 82% de su inversión total.[3]
A pesar de las restricciones económicas, la disponibilidad de recursos humanos siguió manteniendo un sendero de crecimiento. La cantidad de investigadores[4] aumentó un 57% entre 2010 y 2019, pasando de 246.444 a 389.932. Por supuesto, semejante expansión de la base científica en relación con la inversión puede generar dificultades serias en el corto plazo por la marcada caída de la inversión por investigador.
La producción científica, medida en la cantidad de artículos de autores en bases de datos indexadas, tuvo en ese mismo decenio un crecimiento aún mayor. Entre 2010 y 2019 la cantidad de artículos registrados en SCOPUS por autores latinoamericanos creció un 79%, destacándose el crecimiento de Chile y Colombia que duplicaron y triplicaron, respectivamente, su cantidad de artículos en esta base de datos. En cambio las patentes, como expresión “proxi” del desarrollo tecnológico, han seguido una tendencia opuesta. La cantidad total de patentes solicitadas en las oficinas nacionales de los países latinoamericanos descendió un 3% entre 2010 y 2019. Chile y Colombia las duplicaron, pero su impacto sobre el total regional quedó anulado por el retroceso en otros países.
En el campo de la cooperación en investigación también hay dificultades. Como muestran los indicadores bibliométricos, la voluntad de constituir una comunidad científica regional no parece igualmente interesante para todos los países. Brasil ha alcanzado una dimensión tal que le permite cierta autosuficiencia, como lo demuestra el hecho de que sus autores colaboran principalmente con colegas de su propia nacionalidad. El 68% de sus artículos en SCOPUS no cuentan con coautores de otros países Muy diferente es la situación de los países más pequeños, cuyas instituciones científicas deben ser fortalecidas y la inserción internacional de sus grupos académicos es un camino
Una diferencia no menor proviene además de la diversa importancia que la política de cada país asigna a las capacidades propias en ciencia y tecnología. Brasil, que aspira a jugar en las “grandes ligas” de la política y la economía internacional, tiene muy clara la necesidad de contar con una potencialidad científica, tecnológica y de innovación capaz de impulsar su desarrollo. Es el único país latinoamericano cuya inversión en I+D supera el 1% de su PBI, con un valor similar al de España. Argentina, portadora de tradiciones no suficientemente sostenidas a lo largo de los años, invierte un valor claramente inferior: 0.47% es el último dato disponible.
Las nuevas tendencias a nivel global del desarrollo científico,
como es el caso de la llamada “industria 4.0” abren oportunidades, por cuanto son
más dependientes de la disponibilidad de recursos humanos altamente
capacitados, que de la inversión. Esto plantea la necesidad de transformar
profundamente las instituciones educativas para que estén en condiciones de
formar los profesionales dotados de las capacidades necesarias. Se trata de un
desafío para cuya respuesta se requieren espacios de coordinación que aún no
están suficientemente maduros en el escenario latinoamericano.
[1] Entre 2010 y 2019, el Producto Bruto Interno (PBI) de América
Latina mostró un crecimiento total del 34%, alcanzando los diez mil millones de
dólares expresados en Paridad de Poder de Compra (PPC). Sin embargo, desde 2011 se apreció un
estancamiento que afectó al desarrollo de las actividades de ciencia y
tecnología.
[2] Los indicadores publicados por la Red Iberoamericana de Indicadores de
Ciencia y Tecnología (RICYT) muestran un panorama detallado de la situación
actual y tendencias de la ciencia y la tecnología en la región. El rezago
normal en la recopilación y publicación de indicadores comparativos a nivel
mundial hace que contemos con datos hasta el año 2019, justo antes de que el
mundo fuera golpeado por la pandemia de COVID-19.
[3] Datos disponibles en http://www.ricyt.org/wp-content/uploads/2021/11/1.1.El-Estado-de-la-Ciencia-en-Im%C3%A1genes.pdf
[4] Medidos en equivalencia a jornada completa o EJC.
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