Este artículo, elaborado en conjunto con Rodolfo Barrere, se propone por un lado poner en evidencia las características de la ciencia latinoamericana en su contexto actual, como resultado de su trayectoria histórica. Por otro lado realizar una aproximación al proceso que esta experimentando en el marco de la pandemia, así como discutir algunas tendencias que se avizoran. En particular pretende destacar que la heterogeneidad de la región contrasta con algunas actitudes imitativas en la configuración de los sistemas científicos y tecnológicos. Se concluye que la respuesta de la ciencia latinoamericana frente a la emergencia del COVID-19 fue razonablemente adecuada y puso en evidencia el progreso de la investigación académica y clínica durante los últimos años.
Lo heterogéneo y lo imitativo
Alguna vez se ha dicho que en América Latina hay
más política científica que ciencia y, aunque esta afirmación sea injusta con
los evidentes avances de la región en su capacidad científica, es reveladora de
que la preocupación de vincular la ciencia y la tecnología con las metas del
desarrollo generó en la región, desde la inmediata posguerra, una fuerte
corriente de pensamiento y un movimiento llamativo de creación de sistemas
institucionales no siempre acordes con las capacidades reales de los países en
esta materia.
Una mirada ingenua podría interpretar que
América Latina es simplemente más pobre que otras regiones del planeta y su
nivel de desarrollo más incipiente. Sin embargo, una mirada de tal tipo no
percibiría que se trata de una realidad diferente. El panorama latinoamericano
es heterogéneo y muy complejo en varios planos: lo político, lo económico y lo
social. Por ello, sería un error trasladar imitativamente, sin discriminar,
modelos o lineamientos que han sido exitosos en otros contextos, pero no lo
serían en el contexto local.
Pese
a todo, eso fue lo que inicialmente se hizo. La mayoría de las instituciones
existentes en la región se inspiraron en lo que ahora se conoce como el
"modelo lineal" formalizado por Vannevar Bush (1999) en los Estados
Unidos al final de la Segunda Guerra Mundial. El objetivo de tal modelo era
principalmente garantizar una investigación básica de buena calidad. Se suponía
que esto garantizaría la disponibilidad de investigación aplicada y que los
beneficios de la ciencia a su vez se derramarían sobre la sociedad en su
conjunto. La adopción inicial de este modelo no se trató de un fenómeno
exclusivamente latinoamericano. La fascinación que produjo en todo el mundo el
poder de la ciencia, aún para pensadores críticos como John Bernal (1964), la
admiración por la “big science” y la demanda de conocimiento científico
asociada con el relanzamiento de las economías centrales, dieron credibilidad
al modelo. Esta visión era particularmente simpática para la “república de la
ciencia” como denominaba Polanyi (2014) a la investigación básica.
No
obstante, al adoptar imitativamente el estilo de política científica que
deslumbró al mundo de la posguerra, muchos países no tomaron en cuenta que el
éxito de la “big science” estuvo basado en el gran impulso que le dio el
complejo industrial militar norteamericano y las enormes inversiones del
gobierno con propósitos bélicos. Sin una contraparte de tales características
el modelo lineal queda necesariamente limitado al ámbito de lo académico. En
algunos países de América Latina -generalmente, los de mayor tamaño- este tipo
de política encontró cierto éxito en la creación o consolidación de una
comunidad científica, pero fue de poca eficacia a la hora de transferir
conocimiento al sector productivo; esto dio lugar a la configuración de un
sector académico relativamente aislado de la sociedad.
La cuestión de la tecnología
Por su parte, los teóricos latinoamericanos del desarrollo prestaron mucha atención a la ciencia y la tecnología como instrumentos necesarios para el despegue económico y social de la región. Entre los expertos, Jorge Sabato (1970) se adelantó a la formulación de la triple hélice (Etzkowitz et al, 1998), hoy en boga, con su modelo del triángulo de interacciones entre los gobiernos, las empresas y las instituciones científicas y académicas. En varias reuniones internacionales convocadas generalmente por la OEA y la UNESCO se discutió acerca de la falta de correlación entre las esferas de producción y el uso del conocimiento en los países latinoamericanos, lo que a su vez conduce a un desajuste entre las expectativas de las comunidades científicas y las empresas en cuanto al uso del conocimiento.
Fue temprana la percepción de que, en su
conjunto, la investigación realizada en la región tenía un impacto reducido en
el desarrollo tecnológico del tejido industrial, lo que movió a explorar un
tipo de institucionalidad diferente, a impulsos de CEPAL (Albornoz y Barrere,
2010). Tal fue la creación de los institutos tecnológicos agropecuarios e
industriales (Albornoz, 2015) (Nun, 1995). En líneas generales, sin embargo,
hubo dificultades para que la ciencia y la tecnología pudieran entrar en la
agenda política de un modo que fuera más allá de lo retórico o “explícito”,
como decía Amílcar Herrera (1995), pero con limitaciones implícitas en la
escasa asignación de recursos. Todavía hoy se puede observar que una constante
en la política científica y tecnológica latinoamericana es la baja inversión en
I+D, con excepción de Brasil (Gráfico 1).
A pesar de las
limitaciones, hoy es posible afirmar que se ha progresado en varias
dimensiones. En el plano académico surgieron grupos de excelencia en varios
países. Los índices bibliométricos muestran que el 10% más productivo de los
investigadores latinoamericanos tiene niveles comparables con los mejores del
mundo. La íntima relación de los científicos con las universidades que deben
dar respuesta a una demanda masiva de educación superior, el escaso
financiamiento y la falta de equipamientos de última generación impiden resultados
más amplios.
También ha sido muy baja la inversión en I+D de
las empresas. Esto puede ser considerado como un síntoma del escaso dinamismo
innovador del sector productivo, lo que constituye un ejemplo de situaciones en
las que las políticas desarrolladas para otros contextos no se adaptan
plenamente al caso latinoamericano.
La evolución de las políticas de CyT
Los formatos y los instrumentos de la política científica fueron evolucionando en todo el mundo a medida que se alcanzaba una mejor comprensión de la relación entre la ciencia, la tecnología y la sociedad. El cambio en las agendas de estos temas fue descrito por algunos estudiosos como una serie de etapas en las que se pasó de una política “para la ciencia” (el viejo modelo lineal) a una “ciencia para la política”, queriendo expresar así el tránsito hacia una investigación orientada a objetivos determinados por actores políticos, económicos y sociales. En un trabajo muy citado, Aant Elzinga y Andrew Jamison (1996) distinguían entre la política científica y la política de la ciencia, en referencia al uso del conocimiento científico por el poder político, militar y económico. ¿Qué estaba ocurriendo? Simplemente que la década de los setenta, como la precedente, fueron años de una explosión de creatividad cultural, activismo y emergencia de grupos que expresaban una conciencia crítica. En el plano de la política científica, esa década y la siguiente fueron señaladas como el período de la relevancia social. La “república de la ciencia” sufrió el asalto de las urgencias sociales. Como lo expresó Helga Nowotny (2001), la “sociedad interpela a la ciencia”. Economistas como Christopher Freeman (1975, 2003) y Nathan Rosenberg (2003), entre otros, impulsaron la irrupción en escena de un nuevo término: la innovación y ayudaron a comprender las diferencias y las relaciones entre los sistemas de I+D y los procesos innovativos. Así fue como gradualmente la política científica fue evolucionando desde un enfoque de “oferta” de conocimientos, propia del modelo lineal, a uno de “demanda” por parte de actores económicos y sociales, lo que iba dando lugar a las políticas de innovación (Lundvall, 1992).
También los países latinoamericanos comenzaron a procesar un giro en su política científica hacia la innovación, en un movimiento probablemente más discursivo que real, al tiempo que comenzaban a adoptar estrategias de desarrollo con mayor equidad social. Este cambio tuvo nuevamente aspectos imitativos, ya que el tejido industrial latinoamericano, compuesto mayormente por pequeñas y medianas empresas tenía un dinamismo escasamente innovador.
En la gestión de la política científica y
tecnológica en Latinoamérica, siguiendo tendencias mundiales, ha habido un
aprendizaje que condujo paulatinamente a nuevas prácticas en la evaluación de
los resultados de la I+D, la promoción de la innovación, el fortalecimiento de
la vinculación entre los centros de investigación con las empresas y el
seguimiento de la opinión pública sobre cuestiones de ciencia y tecnología y la
difusión del conocimiento. En este sentido, ha habido un mayor interés
gubernamental por promover una cultura científica y la participación ciudadana.
América Latina no ha sido ajena a una tendencia general hacia la
democratización del conocimiento. En los últimos años se han realizado
numerosas encuestas sobre la percepción pública de la ciencia y ha crecido el
interés por la ciencia abierta.
Entre otras
reformas características de los sistemas institucionales, en este caso el de
educación superior, es visible el esfuerzo de adaptación de las universidades
latinoamericanas a la nueva realidad social, con el desarrollo de vínculos con
las empresas y otros actores sociales. Pero en general, la heterogeneidad de la
región se hace muy evidente. No hay que olvidar la enorme disparidad que existe
entre los países, en términos de su tamaño, su población y sus recursos. Cinco
países aportan el 75% del Producto Bruto Interno (PBI) de la región. Si a ellos
se agregan otros cuatro, el PBI acumulado es del 90%. Más de una docena de
países aportan en su conjunto el 10% restante (Gráfico 2).
Gráfico 2: distribución del PBI latinoamericano por países
Fuente:
Con la institucionalidad de la política científica y tecnológica pasa algo semejante. Aunque existen organismos públicos dedicados a la I+D en todos los países de América Latina (gran parte de ellos crearon sus consejos de ciencia y tecnología entre las décadas de los cincuenta y setenta, en un movimiento impulsado por organismos internacionales como UNESCO), las circunstancias reales varían entre los países que tienen grandes y complejos sistemas –como Brasil, Argentina, México y Chile- y aquellos con sólo cuentan con un escueto conjunto de instituciones débiles en ciencia, tecnología y educación superior.
En cuanto a la riqueza y variedad de los
instrumentos aplicados para la promoción de la ciencia y la tecnología, un
estudio publicado en 2008 por el Banco Interamericano de Desarrollo y elaborado
por el Centro REDES (2008) identificaba 30 tipos diferentes de instrumentos de
política científica y tecnológica agrupados en seis categorías principales. Los
únicos países que contaban con instrumentos para cada categoría eran Argentina,
Brasil, Chile, México y Uruguay. Colombia, Perú y Venezuela tenían también
sistemas de cierta amplitud, pero más reducida variedad de instrumentos que los
cinco mencionados en primer término. Tampoco esto debería llamar la atención,
si se considera que la concentración de la inversión en I+D es mayor que la del
PBI. En este caso, tan sólo tres países acumulan el ochenta por ciento de la
inversión regional en I+D. Si se amplía este número, siete países aportan el
noventa y cinco por ciento de la inversión en I+D de toda Latinoamérica
(Gráfico 3). Con todo, vale la pena señalar que un solo país (Brasil) es
responsable de más del sesenta por ciento del total regional.
Gráfico 3: Inversión latinoamericana en I+D por países
Fuente:
El estado actual de la CyT en América Latina
La pandemia comenzada a fines de 2019 encontró a la ciencia y la tecnología de América Latina en una coyuntura desfavorable. Esto está relacionado, en parte, con los cambios de ciclo económico en la región. Si se toma el decenio comprendido entre 2009 y 2018, el PBI de América Latina mostró un crecimiento total del 40%, alcanzando los diez mil millones de dólares expresados en Paridad de Poder de Compra (PPC). Sin embargo, el periodo encierra dos tendencias distintas; un crecimiento más marcado en los primeros años y un estancamiento desde 2015, momento desde el cual se registra un crecimiento interanual menor al 2%. Si bien algunos países muestran un crecimiento algo mayor, la tendencia regional se explica principalmente por la caída y lenta recuperación de la economía brasileña.[1]
Inversión en I+D. La evolución positiva del PBI
regional desde principios de siglo hasta 2015 muestra también un aumento de los
recursos destinados a ciencia y tecnología. Sin embargo, el cambio de coyuntura
económica de 2015 tuvo un fuerte impacto sobre la inversión en I+D. En 2016,
por primera vez desde el año 2000, los recursos destinados a I+D a nivel
regional decrecieron y se mantuvieron estables en los años posteriores, sin
acompañar la lenta recuperación de la economía latinoamericana. Esta situación configura otro fenómeno relevante: si se
considera el decenio comprendido entre 2009 y
Gráfico 4: PBI e Inversión latinoamericana en I+D
Fuente: RICYT
Además,
la inversión en I+D de los países de la región continúa teniendo una baja
intensidad en comparación a la de los países industrializados. Por ejemplo,
Corea e Israel destinan casi el 5% de su PBI a I+D, mientras que Alemania y
Estados Unidos rondan el 3%.
Es,
por otra parte, una situación en la que los países de América Latina
difícilmente logran tener niveles de inversión que les permitan alcanzar una
masa crítica de fondos para la I+D, aproximándose a la meta generalmente
aceptada del 1% del PBI (excepto Brasil). Por un lado, es importante no perder
de vista que la inversión regional representa tan sólo el 2,8% del total
mundial. Por el otro, América Latina se caracteriza por un marcado fenómeno de
concentración ya señalado (Gráfico 3). En ese contexto, es imposible pensar un
desarrollo sostenible de la ciencia regional que no contemple la colaboración
entre los países que la integran.
Recursos humanos. En paralelo, la cantidad de
investigadores activos en América Latina ha experimentado un marcado
crecimiento, cercano al 70% entre 2009 y 2018, superando las 641 mil personas.
La tendencia fue estable en todo el decenio, sin acusar las restricciones
presupuestarias de los últimos años, que evidentemente han afectado los
recursos para la investigación pero no aún la base de recursos humanos.
En
cuanto a la distribución por género de los investigadores latinoamericanos, en
2018 la cantidad de hombres fue mayor que la de mujeres en la mayoría de los
países, aunque con brechas de distinta magnitud. Mientras que en países como Argentina
y Brasil existe un virtual balance de
Publicaciones. En este periodo, además, la
integración de América Latina a la corriente principal de la ciencia
internacional se consolidó. Un reflejo de ello son las publicaciones de autores
de la región en revistas científicas indexadas en bases de datos
internacionales. Por ejemplo, entre 2009 y 2018 la cantidad de artículos
publicados en SCOPUS por autores de América Latina creció un 81%, siendo
superior a la expansión de la inversión en I+D y la cantidad de investigadores.
En este aspecto, se destaca el crecimiento de Colombia y Chile que triplicaron
y duplicaron, respectivamente, la cantidad de publicaciones en esta base de
datos. en esos diez años. En ciencias sociales y humanidades ha habido también
un crecimiento de la producción, no completamente registrada en las bases de
datos internacionales, lo que está dando lugar a un amplio movimiento destinado
a valorar este tipo de producción a partir de repositorios y otras fuentes
documentales, así como a revalorar la producción en lenguas vernáculas.
Patentes. Existe, sin embargo, un punto
relativamente débil en la región: el desarrollo tecnológico. El registro de
propiedad intelectual, como uno de los indicadores posibles para observar este
fenómeno, muestra valores todavía escasos. Si tomamos en cuenta que entre 2009
y 2018 la inversión en I+D creció
La ciencia latinoamericana ante la crisis del COVID-19
Como
se ha señalado hasta aquí, las restricciones en la inversión en I+D no
impidieron un aumento en la calidad de la ciencia latinoamericana, como lo
muestra el incremento de su aporte a la corriente principal de la ciencia
mundial. Esto permitió que, ante el desafío del COVID-19, la región pudiera
movilizar recursos humanos y líneas de investigación que han alcanzado una
productividad destacable.
El
mundo no había enfrentado una crisis que interpelara a la ciencia de manera tan
directa y crítica como la pandemia de COVID-19. Los desafíos que plantea esta
coyuntura son principalmente biomédicos, pero también abarcan a las relaciones
sociales, la economía, la educación y las tecnologías de la comunicación, entre
muchas otras áreas de investigación. A diferencia de otras problemáticas que
impulsaron el desarrollo de la ciencia y la tecnología (como el desarrollo
bélico o la carrera espacial) la humanidad enfrenta actualmente un problema
global que requiere un esfuerzo colaborativo a nivel mundial. En ese sentido,
la pandemia acentuó en el interior de la propia comunidad científica la
circulación de la información entre pares. Las revistas científicas demostraron
ser una herramienta vital para la circulación y acumulación de conocimiento.
Por ejemplo, la opinión pública tomó conocimiento de la importancia de
publicaciones como The Lancet o Nature como fuentes de validación de las
vacunas.
La
ciencia latinoamericana no fue ajena a esta situación y en cada país la
comunidad científica fue llamada a dar respuesta a problemas locales, a
asesorar en las decisiones de políticas públicas y a traducir el conocimiento
técnico al público en general. Se trató de una importante revalorización de la
actividad científica, que podría transformar (o no) su rol futuro en las
sociedades de la región.
Producción científica sobre COVID-19. El 17 de enero de 2020 (a 45
días de la detección de los primeros casos) aparecieron en PubMed, la mayor
base de datos mundial de información científica sobre salud, los primeros
artículos sobre el tema. Hasta fines de marzo, se observó un crecimiento
sostenido de la cantidad de documentos, pero a partir del mes de abril el ritmo
de crecimiento se aceleró rápidamente. El día 15 de julio de 2020, seis meses
después de la aparición del primer artículo sobre el tema, se habían acumulado
ya 31.322 documentos. Cumplido el primer cuatrimestre de 2021, ya se habían
alcanzado un total de 122.524 artículos sobre la pandemia en esta fuente.
En
aquellos primeros días de 2020, las publicaciones se concentraron en
instituciones chinas, pero al hacerse más claro el peligro de la extensión
global del brote, científicos de todo el mundo comenzaron a trabajar en el
tema. La aceleración del número diario de artículos a partir del mes de abril
está relacionada en gran medida con la incorporación de nuevos países al
estudio del tema. En ese sentido, se destaca el crecimiento de la producción de
los Estados Unidos. Este país contaba el 1 de abril con 394 documentos
publicados, quedando en segundo lugar, luego de China -que lo duplicaba en
volumen-, y un mes después alcanzó un total de 2.076 artículos y superó al país
asiático.[2]
Al
inicio de mayo de 2021, EEUU era el país que más documentos científicos había
acumulado sobre este tema, con 33.759. En segundo lugar aparecía el Reino
Unido, con 13.190, casi al mismo nivel de China, que con 12.938 ocupaba el tercer
lugar. Esto da cuenta de que, como es razonable, el esfuerzo científico mundial
se apoyó en los recursos de investigación ya instalados en los distintos
países, poniendo en valor esa acumulación de capacidades en una situación tan
crítica.
El
desarrollo de la reacción de la ciencia latinoamericana fue similar. Los
primeros aportes de la región aparecieron a poco de empezar la crisis, el 30 de
enero. No habiendo casos confirmados aún en la región y sin claridad sobre el
futuro del brote de esta nueva enfermedad, los primeros documentos se
concentraron en alertas epidemiológicas. Hasta fines de marzo no se registró un
volumen importante de artículos, sólo 46 de América Latina.
Al igual que en la producción mundial, a partir de abril el
ritmo de producción regional creció de forma acelerada, impulsado mayormente
por las publicaciones de autores brasileños. En tan sólo diez días, la
producción latinoamericana se duplicó y para fines de ese mes se había
quintuplicado. En la región se destacan Brasil y México, que lideran además los
indicadores de producción científica e inversión en I+D. A primero de mayo de
2021, Brasil acumulaba 3.718 artículos en PubMed, seguido de México con 1.011.
A continuación
Más
allá de la producción científica reflejada en revistas internacionales, en las
mayoría de los países de la región el sistema científico ha buscado respuestas
prácticas ante la crisis. En la producción de vacunas se destacan las
contribuciones alcanzadas en Brasil, Argentina, México y, más recientemente en
Cuba. También se han desarrollado en muchos países equipos médicos y kits de
diagnóstico, como se ha recopilado en un trabajo del Observatorio CTS y la
Oficina Regional de Ciencias de la UNESCO.[3]
Colaboración internacional. Una crisis de estas características
plantea también desafíos a las redes internacionales de cooperación en
investigación. Tratándose de un problema global como la pandemia, es lógico
esperar que se produzcan respuestas globales. Sin embargo, los distintos
escenarios nacionales a nivel sanitario y de los sistemas de I+D generaron
prioridades diferentes para los investigadores de los distintos campos
científicos relacionados con la lucha contra el COVID-19.
En los primeros meses de la pandemia, enero y febrero de
2020, el 27% de los artículos sobre el COVID-19 fueron hechos en colaboración
internacional. En esos primeros meses, muchos artículos se centraron en la
descripción de la nueva enfermedad y en la posibilidad de la extensión del
brote a otros países y regiones. En cierta medida, la colaboración se apoyó en
redes de estudio epidemiológico ya existentes
Posteriormente,
a partir de marzo, con la expansión más acelerada de la producción científica
mundial, el nivel de colaboración internacional descendió a un 21%, que se
mantuvo casi sin alteraciones hasta el mes de julio. En esta nueva etapa, en
paralelo a las crecientes demandas locales provocadas por la extensión de la
crisis a distintos países del mundo, se observa un incremento de los trabajos
firmados por autores de un solo país. Además, en la medida que los esfuerzos se
centraron en la búsqueda de tratamientos y vacunas, en asociación con
laboratorios privados y con las consecuentes posibilidades de obtener títulos
de propiedad intelectual y eventuales ganancias comerciales, los incentivos a
colaborar se vieron disminuidos.
Núcleos temáticos. El análisis de la literatura muestra
también que se han constituido varios núcleos temáticos de investigación. A
nivel mundial se identifican estudios de carácter biomolecular en torno al
virus, su funcionamiento genético y los posibles mecanismos de bloqueo e
inhibición, así como de las técnicas de diagnóstico. También se pueden observar
estudios sobre los efectos psicológicos de la pandemia y el aislamiento social
asociado a ella. En América Latina, en cambio, las temáticas de estudio están
más relacionadas con el tratamiento de pacientes y la gestión de los sistemas
de salud, que se han visto muy presionados en los países de la región.
Ensayos clínicos. Muchos de los esfuerzos realizados
en I+D a nivel mundial apuntaron a la obtención de tratamientos médicos y
vacunas para hacer frente al COVID-19. Dado los riesgos propios de la
aplicación experimental de nuevos tratamientos en humanos, existen protocolos
muy estrictos para la realización de las diferentes etapas de los ensayos
clínicos. Estos son estudios de investigación que incluyen participantes
humanos que son asignados a intervenciones de salud con el fin de evaluar sus
resultados. Tales intervenciones incluyen, por ejemplo, nuevas drogas,
productos biológicos, procedimientos quirúrgicos y dispositivos médicos, entre
otros.
Existen
distintas bases de datos de acceso público a esta información. Una de las
principales es la Plataforma Internacional de Registro de Ensayos Clínicos de
la Organización Mundial de la Salud (OMS),
que tiene por objetivo asegurar que la información relacionada con estas
actividades de investigación sea accesible públicamente, mejorando la
transparencia y fortaleciendo la validez de las evidencias obtenidas. Durante
la crisis, esta base de datos viene ofreciendo acceso a un conjunto actualizado
de todos los registros relacionados con el abordaje de COVID-19.
En
América Latina, se han registrado más de 180.000 ensayos en total y todos los
países de la región han participado en estudios de este tipo. Hasta julio de
2021 se habían registrado en Brasil 17.226, en México 7.533 y en Argentina
6.675. Las instituciones que lideran los estudios en la región son de distinto
tipo. Incluyen universidades, centros de investigación, empresas y hospitales.
La que acumula un número mayor de estudios es la Universidad de San Pablo
(Brasil). Entre los principales patrocinadores aparecen también varios
hospitales, principalmente brasileños y argentinos, junto con algunas
universidades y fundaciones de la región.
Desafíos a la gestión y la comunicación. En otro ámbito, los sistemas de gestión de la ciencia y la tecnología también han tenido que adaptarse velozmente. Se han puesto en práctica nuevos mecanismos para la definición de prioridades, así como para agilizar la evaluación de proyectos y la gestión de fondos. En un sistema en el que los investigadores se ven frecuentemente saturados por la carga de evaluación y los procesos administrativos, esta crisis podrá ser una oportunidad para mejorar en el futuro los mecanismos de gestión, asignación de prioridades y evaluación de impactos.
La experiencia de esta crisis también resaltó la importancia de una adecuada comunicación de los resultados de la ciencia hacia la sociedad. El trabajo de medios de comunicación de todo el mundo, junto con las iniciativas de organismos internacionales para facilitar la comunicación con el público ha sido muy relevante. Sin embargo, sigue siendo alarmante la proliferación de noticias falsas o de interpretaciones erradas (o incluso mal intencionadas) de los resultados de la investigación, demostrando que hay mucho camino por recorrer en el ámbito de la comunicación pública de la ciencia.
Lecciones de la pandemia y desafíos actuales
El buen desempeño, en términos generales, de los
investigadores de América Latina en la lucha contra el COVID-19, tanto en el
plano de la investigación básica como clínica (gran parte de los autores de
artículos publicados en revistas de alto impacto se desempeñan en hospitales)
pone de relieve el importante aumento de la calidad de la ciencia regional en
los últimos años. El caso debería hacer reflexionar a quienes postulan la
necesidad de reemplazar completamente los enfoques más tradicionales de política
científica por los de innovación. Si en este caso la demanda social de
conocimientos que permitan superar la pandemia obtuvo algunas respuestas
interesantes, ello se debió a la capacidad acumulada por la investigación
académica de excelencia y por la capacidad reflexiva de quienes se desempeñan
en las instituciones de salud. Este resultado positivo debería impulsar cambios
de política que conduzcan a una mayor inversión en I+D, ya que desde hace
muchos años los sucesivos gobiernos se proponen alcanzar la cifra emblemática
del 1% del PBI, sin que -a excepción de Brasil- ello haya sido logrado por
ningún gobierno latinoamericano a lo largo de las décadas.
Surge también como lección la necesidad de
fortalecer la integración de la ciencia de América Latina en el gran escenario
de la ciencia mundial, consolidando vínculos con la comunidad científica a
nivel internacional. Muchos de los avances más relevantes en la lucha contra la
pandemia son fruto de equipos integrados por investigadores de distintos países.
El “colegio invisible” del que hablaba Robert Boyle tiende a reproducirse en la
práctica. El avance de la ciencia procura trascender fronteras, a menos que se
lo impidan.
La pandemia pasará, tarde o temprano, sin lugar a dudas y para el tiempo que venga después será necesario que la ciencia latinoamericana tenga mejores interfaces entre el conocimiento disponible y con las demandas locales. No se trata de que cada país o cada región sean capaces de producir todo el conocimiento científico necesario, sino que puedan aprovechar todo el conocimiento disponible. Para ello es preciso garantizar una buena formación de profesionales y ésta es una tarea que compete de lleno a las universidades de la región.
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BOTANA, Natalio (1970); La ciencia y la tecnología en el desarrollo de América
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Editorial Universitaria, Santiago de Chile.
[1]
Los datos presentados provienen de El Estado de la Ciencia (RICYT, 2020)
[2] Este apartado
está basado en el informe Papeles del Observatorio Nº 16 elaborado por el
equipo del Observatorio Iberoamericano de la Ciencia, la Tecnología y la
Sociedad de la OEI (OCTS, 2020).
[3]http://octs.ricyt.org/reportes/explorador.html
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