Artículo publicado en CTS+I Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología, Sociedad e Innovación, N°1, septiembre-diciembre de 2001. OEI, Madrid.
La ciencia en la agenda internacional
La importancia que se concede a las políticas para la ciencia, la tecnología y la innovación es
creciente en los países industrializados. El indicador más claro de este fenómeno, más allá de
la retórica, es el ritmo de aumento de la inversión en estas actividades durante las últimas
décadas. Después de una transitoria meseta, producida fundamentalmente por un cierto
receso de la I+D orientada a la defensa, las cifras han vuelto a mostrar valores en alza.
Muy distinto es el panorama actual de los países latinoamericanos, en donde la política
científica, al igual que la política tecnológica y la de innovación, no logran trascender el plano
de las intenciones declarativas y acompañan, en realidad, la suerte de otros indicadores que
expresan el estancamiento –y aún el retroceso- de la región en su conjunto.
También los organismos internacionales se han hecho eco últimamente de la importancia del
conocimiento científico y tecnológico. El Banco Mundial (1999) dedicó su informe anual de
1998/1999 al problema del conocimiento. Más recientemente, UNESCO convocó en Budapest
la Conferencia Mundial de la Ciencia. Voy a referirme someramente a estas apelaciones, a las
que considero en gran medida voluntaristas, para tratar de mostrar que se trata de un
fenómeno recurrente que no alcanza a modificar las tendencias decrecientes de la
implantación de la ciencia en los países en desarrollo.
De Viena a Budapest
La Conferencia de Budapest tiene muchos antecedentes que se remontan incluso a los años
sesenta. Entre todos ellos, tomaré en cuenta, por su relación directa y por una suerte de
simetría, tan sólo la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Ciencia, Tecnología y
Desarrollo realizada en Viena veinte años antes.
Aquella Conferencia tuvo una gran repercusión ante la opinión pública. Los documentos que
entonces se produjeron, vistos desde hoy, aparecen como un cúmulo de buenas intenciones.
Sin embargo, su lectura muestra también que en aquella ocasión comenzó a hacerse explícito
el enfrentamiento de perspectivas e intereses entre los países del tercer mundo
(representados por el Grupo de los 77) y los países desarrollados.
En el documento final de la Conferencia de Viena se establecieron numerosas
recomendaciones para que los países en desarrollo crearan y consolidaran sus sistemas
científicos y tecnológicos. Se delineó también una política de cooperación internacional que
fijaba el papel de los países desarrollados en el proceso de desenvolvimiento de la capacidad
científica y tecnológica de los países en desarrollo.
¡Cómo no serían de utópicas aquellas recomendaciones si el documento afirmaba que las
medidas que debían adoptar los países desarrollados debían tener por objeto “compartir el
conocimiento y la experiencia para ampliar las opciones de los países del tercer mundo en
orden a alcanzar sus metas de desarrollo definidas en el plano nacional!”. Sin embargo,
también hay que reconocer que no todo era utopía y que la conferencia reprodujo las
confrontaciones que la escena internacional registraba en otros planos.
El texto propuesto por el Grupo de los 77, por ejemplo, apuntaba a razones de hegemonía y
dependencia para encuadrar la política científica:
“Es un hecho ampliamente reconocido que la estructura de las relaciones internacionales en
materia de ciencia y tecnología es imperfecta y refleja profundas diferencias entre las
naciones. Refleja una situación en que unos pocos países –en particular, ciertas empresas
industriales con sede en esos países- asumen el dominio tecnológico y determinan la
dirección y el desarrollo de la tecnología en sectores cruciales, dejando a la mayoría de los
países en situación de crítica dependencia tecnológica, pese a sus vastos recursos humanos
y materiales” (Naciones Unidas, 1979).
El texto agregaba, con sentido crítico:
“Las actuales estructuras internacionales de información son sumamente inadecuadas para
los países en desarrollo. Además, debe tenerse en cuenta que el suministro de información no
tiene el efecto automático de crear una demanda y que, a menos que se asegure una
utilización adecuada de la información por los países en desarrollo, las estructuras
internacionales de información cumplen una función escasamente útil” (Naciones Unidas,
1979).
También el entonces bloque socialista trataba de incluir sus prioridades políticas, cuando
solicitaba que la declaración final reflejara:
“el vínculo existente entre la reestructuración de las relaciones económicas internacionales
sobre una base justa y democrática y la lucha por lograr la paz, la distensión y el desarme, lo
que proveerá una fructuosa cooperación internacional en distintas esferas; entre ellas, la
ciencia y la tecnología…en beneficio de todos los pueblos del mundo” (Naciones Unidas,
1979).
Veinte años después, UNESCO convocó a la reciente Conferencia Mundial de la Ciencia. La
Declaración destaca nuevamente la interdependencia de todas las naciones y postula el
objetivo común de preservar los sistemas de sustentación de la vida en el planeta. Dicho sea
de paso, hace una mención colateral a posibles efectos negativos de las ciencias naturales
(las ciencias sociales, agradecidas).
En este sentido, el documento es moderadamente crítico, ya que si bien entona loas a los
efectos benéficos de la ciencia, acepta que ésta también ha provocado impactos negativos,
tales como la degradación del ambiente y el desarrollo de armas de tremendo poder
destructivo.
Reclama, en consecuencia, un debate democrático vigoroso sobre la producción y
aplicación del saber científico. Los esfuerzos –destaca- deben ser interdisciplinarios e
involucrar inversiones públicas y privadas. Proclama la necesidad de establecer prioridades y
vuelve con el tema de veinte años atrás, respecto a “compartir el saber”.
Sin embargo, contiene también una afirmación curiosa en un texto al que se podría considerar
como “científico-céntrico”. Se trata de la afirmación de que “los beneficios derivados de la
ciencia están desigualmente distribuidos a causa de las asimetrías”. En un texto redactado
mayoritariamente por científicos, las afirmaciones que implican relaciones causales no deben
ser menospreciadas. Una buena lectura de la frase pone de manifiesto que ésta equivale a
reconocer que la ciencia está implicada en las relaciones de poder.
La Declaración final de la Conferencia, en una frase que parece intercalada por algún
fantasma superviviente del Grupo de los 77, parece querer decirnos que para lograr una
distribución equitativa de los beneficios de la ciencia es preciso eliminar primero las causas:
es decir las asimetrías. La posición contraria sería ajena a esta lógica. La idea de utilizar la
ciencia para resolver las asimetrías aparece así como un voluntarismo.
No se trata de un fenómeno que no haya sido señalado antes. Ya en 1932 esto fue advertido
por Horkheimer: si la ciencia se ha convertido en una fuerza de producción, entonces
reproduce la estructura social. Se convierte en un instrumento que hace más ricos a los ricos y
más pobres a los pobres. Finalmente, en la realidad prevalece el “efecto Mateo”: Dios le da
más al que más tiene.
La ciencia moderna es inseparable de la política porque, en última instancia, es un
instrumento de poder y porque más recientemente se ha convertido en uno de los ejes sobre
los que se transforma la estructura social. Esto ha sido enfatizado desde diferentes ópticas por
muchos autores, entre los que me permito citar a Bruno Latour, Daniel Bell, y Derek de Solla
Price.
En los hechos, el surgimiento de la política científica contemporánea está directamente
vinculado con la guerra. El documento al que se considera como acta fundacional de la
política científica (“Science, the Endless Frontier”, de Vannevar Bush) fue escrito en respuesta
a un requerimiento del Presidente Roosevelt, quien deseaba saber cómo podían los Estados
Unidos valerse de la ciencia para ganar las batallas de la paz, del mismo modo en que lo
habían hecho para ganar la segunda guerra mundial. El desarrollo de la física alemana,
personificada en Heisemberg, es inseparable del esfuerzo realizado para llegar primero a
disponer de la bomba atómica.
En 1941, en plena guerra, la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia organizó una
Conferencia Internacional bajo el tema “La Ciencia en el Orden Mundial”. En ella, el Ministro
de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña, Anthony Eden dijo que el gobierno debía llamar a
los hombres de ciencia para que ayudaran en la causa por la que luchaban y que los
necesitaría aún más en la causa por la que trabajarían en la paz. Como se ve, un discurso
idéntico al del diálogo Roosevelt – Bush (British Association, 1942).
En el mismo sentido se manifestó entonces John Bernal:
"En esta guerra, la dependencia del gobierno de la ciencia queda de manifiesto como nunca
hasta ahora. Pero es sólo en su urgencia aparente que las necesidades de la guerra difieren
de las de la paz. Lo que la ciencia ha dado a la guerra para la destrucción de la humanidad
puede ser dado más efectivamente y con mejor voluntad para su beneficio” (British
Association, 1942).
Juan Negrín, quien además de Primer Ministro de la República Española era catedrático e
investigador en fisiología, por entonces exiliado en Inglaterra, participó también de aquella
reunión. La intervención de Negrín constituyó un inteligente discurso acerca de las relaciones
entre la ciencia y la política, que incluía un alegato contra la tecnocracia.
“El espíritu con el que informo estas consideraciones no sustenta, ya sea abierta o
veladamente, un régimen de ‘tecnocracia’ o, más aún, de ‘sofocracia’. La ciencia y la
tecnología deben proveer lo necesario para un gobierno racional, pero de ningún modo
pueden reemplazarlo” (British Association, 1942).
La tecnocracia, como variante de la burocracia, según la visión de Max Weber y la glosa de
Manuel García Pelayo, responde a una visión ideológica según la cual la racionalidad
científica y tecnológica desplaza a la política. En estas épocas de auge del “pensamiento
único”, nueva variante del discurso tecnocrático, la advertencia de Negrín tiene gran
actualidad.
La tecnocracia no es solamente un rasgo de las sociedades económica y tecnológicamente
más avanzadas. Hay una tecnocracia del subdesarrollo que hoy, en el plano de la economía
predica como únicas recetas la desregulación, la reducción del estado, el ajuste de las
cuentas públicas y la apertura de los mercados. Esa visión tecnocrática carece de respuesta
para el agravamiento de los problemas sociales. En el campo de la política científica y
tecnológica se libra en América Latina una confrontación que por momentos parece incluir
como actores sólo a los “modernizadores” que menosprecian el esfuerzo endógeno y los
viejos capitanes de la ciencia tradicional. A esta confrontación me referiré más adelante.
Ciencia, tecnología y desarrollo en América Latina
En América Latina la preocupación las políticas de ciencia y tecnología surgió muy pocos años
después que los países industrializados tomaran conciencia acerca de su importancia. Una
peculiaridad de la región ha sido la íntima vinculación entre estas políticas y la problemática
del desarrollo.
Después de la segunda guerra mundial se pusieron en marcha grandes programas de
reconstrucción de los países beligerantes y a ello se aplicó la tarea de muchos de los
organismos multinacionales recién creados. El comercio internacional se fue recuperando,
pero América Latina encontró dificultades crecientes para beneficiarse de los flujos de
intercambio. Los actores más destacados de la región comenzaron a experimentar una
desconfianza creciente acerca de los presuntos beneficios del modelo internacional vigente.
Cuando los países de América Latina cayeron en la cuenta de su marginación respecto a los
nuevos escenarios de la economía y la política internacionales, alzaron sus voces para
instalar la problemática del desarrollo en la agenda de temas prioritarios de la comunidad
internacional. Por efecto de aquellas presiones fue creada la CEPAL, como un organismo
especializado en la economía latinoamericana y la cuestión del desarrollo fue reconocida
como la prioridad estratégica fundamental para la región (Sunkel y Paz, 1970).
Los economistas del desarrollo (Hirschman, Rostow, Nurkse y otros), vinculados en su
mayoría a organismos internacionales, y sobre todo a la CEPAL, coincidían en la
inconveniencia de una inserción pasiva en el comercio internacional. La solución propuesta
fue impulsar políticas de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) a partir de
una activa intervención del estado para regular el funcionamiento de los mercados.
En este marco, los países de la región comenzaron a abrir el campo de la política científica y
tecnológica. A partir de la década de los cincuenta, muchos de ellos crearon instituciones
destinadas a la política, el planeamiento y la promoción de la ciencia y la tecnología. Aquellas
acciones, que recibieron un gran impulso en la siguiente década, fueron en muchos aspectos
discontinuas y contradictorias, pero en otros exhibieron una notable continuidad debido a que,
en general, fueron diseñadas siguiendo las pautas organizativas y la concepción general que
difundieron activamente UNESCO y OEA.
Ambas organizaciones “sembraron la idea de que la ciencia y la tecnología eran una usina de
crecimiento, en un rico suelo fertilizado por el deseo de la modernización y el
desarrollo“ (Dagnino 1999).
Apenas comenzada la década de los sesenta, el apoyo a la ciencia y la tecnología entró en la
agenda de la cooperación hemisférica. La preocupación dominante inicialmente fue la
necesidad de desarrollar metodologías para la planificación de la política científica y
tecnológica, en el marco de la planificación general del desarrollo. Este punto de vista quedó
claramente expresado en la Declaración de los Presidentes de América, surgida de la reunión
de Punta del Este en 1967.
Sin embargo, pese a tales esfuerzos, la cruda realidad de la vida económica hizo que el
proceso de ISI se nutriera de tecnología transferida en forma incorporada a las grandes
inversiones de capital, sin que se prestara suficiente atención a las fases de adaptación a las
condiciones de mercado, aprendizaje y todas aquellas que hoy se engloban en el concepto de
trayectoria tecnológica de las firmas (Bell, 1995). El resultado fue una baja capacidad
tecnológica del sector productivo de los países latinoamericanos, escasa demanda de
conocimientos tecnológicos generados localmente y, por lo tanto, sistemas científicos
escasamente vinculados con los procesos económicos y sociales.
Al cabo de algunas décadas, el modelo de ISI fracasó en resolver el problema y, en algunos
aspectos, hasta lo agravó, pese a haber alcanzado cierto éxito en impulsar el crecimiento de
la industria de manufacturas en muchos países de la región.
La crisis de la década los ochenta, a la que se conoce como la “década perdida” por los
países latinoamericanos, produjo una ruptura en la confianza de que existía un camino hacia
el desarrollo endógeno y dio lugar, en cambio, a políticas de ajuste, estabilización y apertura
de las economías, que fueron consideradas como un paso necesario –aunque no suficiente- para intentar la vía alternativa ofrecida por la globalización.
La experiencia de América Latina en utilizar la política científica y tecnológica como
instrumento de desarrollo, pese a ciertos logros en el plano académico, no puede ser
considerada como un éxito. Algunos autores señalan que esto se debió a ciertos factores que
acentuaron los aspectos negativos del enfoque basado en la oferta. El primero de ellos fue la
escasa demanda de conocimiento científico y tecnológico por parte del sector productivo. El
segundo factor tuvo carácter estructural y consistió en la inexistencia o la extrema fragilidad
de los vínculos e influencias recíprocas entre el estado, la sociedad y la comunidad científica
(Dagnino, 1999). La importancia de este problema fue claramente percibida por Jorge Sábato,
quien propuso, como modelo orientador de las estrategias de desarrollo, un "triángulo de
interacciones” entre los vértices correspondientes al gobierno, el sector productivo y las
instituciones científicas y académicas (Sábato, 1969).
En la práctica latinoamericana, el vacío dejado por la demanda del sector productivo fue
ocupado por la comunidad científica. Ella jugó, en el diseño de las políticas latinoamericanas
de ciencia y tecnología, un papel que excedió por mucho la influencia que tuvo en los países
avanzados.
“Algunos miembros de la comunidad científica, principalmente relacionados con las disciplinas
universitarias tradicionales, con el poder adquirido a través de un mecanismo de transducción
tuvieron considerable influencia en el diseño de las políticas de ciencia y tecnología. Este
mecanismo transforma el prestigio derivado de las actividades académicas, en particular, de
las comunidades disciplinarias, en autoridad política y poder de representación de la
comunidad científica” (Dagnino, 1999).
Ya desde finales de los sesenta, un sector surgido del propio núcleo de las comunidades
científicas de los países de América Latina había comenzado a manifestar una actitud crítica
respecto al modelo de desarrollo seguido hasta entonces en relación con la ciencia y la
tecnología. Este fenómeno, convergente a posteriori con otras corrientes originadas en el
ámbito de la economía, fue parte importante de lo que más tarde sería denominado como
“pensamiento latinoamericano en ciencia y tecnología” (Albornoz, 1989).
La crítica al modelo preexistente fue enfocada desde distintos ángulos. Desde uno de ellos se
destacó el carácter marginal de la ciencia en la región, vinculándola con la dependencia de
los centros de poder mundial. Desde esta perspectiva crítica se señalaba que la producción
científica tenía más relación con las necesidades internas del grupo social que las generaba,
que con los requerimientos propios del desarrollo del país dependiente (Herrera, 1971). Otros autores caracterizaban al sistema científico de los países latinoamericanos como
"exogenerado” y “endodirigido” (Suárez, 1973). Un cuestionamiento más radical se tradujo en
la distinción entre la ciencia “importada”, “copiada” o generada localmente en función de
demandas sociales, y el modelo de país que a cada una de ellas correspondía (Varsavsky,
1969).
Nuevas tendencias globales
En los años más recientes, un nuevo contexto en el que predominan las tendencias globales,
y en el cual la información y el conocimiento ocupan un lugar central, planteó en América
Latina la necesidad de una nueva agenda del desarrollo y nuevas políticas para el
conocimiento.
El conocimiento, como nunca antes en la historia, se ha convertido en un factor crítico para el
desarrollo. El informe 1998/99 del Banco Mundial, comienza con una comprobación:
“Las economías no están basadas únicamente en la acumulación de capital físico y recursos
humanos; hace falta también un sólido cimiento de información y aprendizaje” (Banco Mundial,
1999).
En la medida que el conocimiento se ha convertido en un factor esencial para la riqueza, su
distribución se ha tornado igualmente inequitativa.
“Lo que distingue a los pobres –sean personas o países- de los ricos es no sólo que tienen
menos capital, sino menos conocimientos” (Banco Mundial, 1999).
La revolución de la ciencia y la tecnología -en particular, las tecnologías de la información y
comunicación- ha transformado profundamente, no sólo el sistema productivo, sino la
estructura social en los países industrializados. Este proceso repercute con fuerza en los
países en desarrollo y, por el momento, se traduce en un gran desconcierto con respecto a las
políticas que corresponde adoptar.
En el escenario de quienes debaten sobre estos temas en América Latina es posible
identificar por lo menos cuatro posturas diferenciadas:
Política científica tradicional. Esta postura, basada en la oferta de conocimientos, defiende la necesidad de una política
cuyo eje sea asignar recursos al fortalecimiento de la investigación básica, siguiendo criterios
de calidad. Esta postura predomina en la comunidad científica latinoamericana. La debilidad
de esta posición es que en la experiencia de los países de América Latina los conocimientos
producidos localmente no llegan a aplicarse en la producción o los servicios.
Política Sistémica de innovación.
Esta postura, basada en la demanda de conocimientos postula la necesidad de una política
cuyo eje sea el estímulo a la conducta innovadora de las empresas. En sus versiones más
modernas, se aplica el enfoque de “sistemas de innovación”. La innovación, desde esta
perspectiva, es vista como un proceso de interacciones múltiples que requiere la existencia de
un tejido social innovador como sustento. La debilidad de esta posición es que en el sector
productivo latinoamericano los sistemas de innovación son más un postulado teórico que una
realidad. La comunidad científica suele rechazar el aspecto “economicista” de esta política.
Política para la sociedad de la información. Esta postura se basa en la potencialidad de internet y en la supuesta disponibilidad universal
de los conocimientos. Pone el énfasis en fortalecer la infraestructura de información y
telecomunicaciones. Esta postura es impulsada por sectores que, desde una perspectiva
modernizadora, cuestionan la viabilidad de los esfuerzos orientados a lograr una capacidad
científica endógena, sobre la base de que las tendencias globales producen una nueva
distribución internacional del trabajo y del saber. La debilidad de esta posición radica en que
confunde los procesos de creación y transmisión de conocimientos. La renuncia a producir
conocimientos localmente afecta la capacidad de apropiarse de los que son generados fuera
de la región. Esta perspectiva pierde también de vista que la solución de muchos de los
problemas locales reclama conocimientos producidos localmente. Esta postura, que está en
auge en ciertos países, no es propiamente una política científica y tecnológica, pero en la
práctica la reemplaza.
Política de fortalecimiento de capacidades en ciencia y tecnología. Esta postura es ecléctica, ya que trata de rescatar, por una parte, las políticas de ciencia y
tecnología propias de etapas anteriores, centradas en la producción local de conocimiento,
pero procura, por otra parte, adaptarlas en función del nuevo contexto. Postula la necesidad
de implementar políticas que no sólo tengan en cuenta la I+D, sino también las distintas
etapas o modalidades del proceso social del conocimiento: la capacitación científica y técnica,
la adquisición de conocimientos, su difusión y su aplicación en actividades productivas u
orientadas al desarrollo social. La dificultad de esta postura radica en que los procesos de
transformación que propone son graduales y están menos asociados al imaginario de los
gurúes de la “modernización” (cuya influencia en la asignación de recursos es considerable),
que confían en que milagrosamente, gracias a internet, se accede de lleno al primer mundo.
El debate entre las cuatro posturas señaladas aún no ha decantado y, en general, no ocupa el
lugar central en la agenda de los países, ya que (salvo excepciones) predominan las políticas
de ajuste que se traducen en una baja inversión en ciencia y tecnología. No obstante, se
registra una toma de conciencia gradual acerca de los riesgos implícitos en el actual orden
político y económico hegemónico, tanto en lo que se refiere a los procesos de exclusión, como
a la degradación ambiental. Ello conduce a la necesidad de impulsar un modelo de desarrollo
"sostenible".
La característica de "sostenible" (o sustentable) convierte al desarrollo en una meta de
naturaleza más compleja e integradora que la idea de "desarrollo a cualquier precio" sobre la
base de la cual se articularon muchas de las políticas públicas en Iberoamérica a partir de los
años sesenta, incluyendo entre ellas a las de ciencia y tecnología, y le confiere un contenido
ético superior al "desarrollo para pocos" que está implícito en el modelo vigente en la
actualidad.
El "desafío del conocimiento" (Fajnzylber, 1992) es estratégico para los países
latinoamericanos. Este desafío implica la necesidad de realizar grandes esfuerzos en materia
de educación, investigación científica y modernización tecnológica. El cambio más profundo,
respecto a los enfoques de décadas anteriores, no se refiere al énfasis puesto en el papel de
la ciencia y la tecnología, sino a la comprensión de que éstas atañen no solamente a
científicos y tecnólogos sino a la sociedad en su conjunto.
Visión latinoamericana de la cooperación en ciencia y tecnología
La cooperación internacional en ciencia y tecnología también es objeto de revisión en los
países de América Latina. Una compulsa a expertos y protagonistas latinoamericanos
examinó este problema desde la perspectiva de la región (UNCTAD, 1997). Las
observaciones que formularon los entrevistados giraron sobre cuatro ejes:
a. Heterogeneidad de la región.
b. Cooperación para la innovación.
c. Cooperación para desarrollar la capacidad de I+D.
d. Desburocratización.
a. Heterogeneidad de la región
Los indicadores examinados ponen en evidencia que el desarrollo de la ciencia y la tecnología
y de los procesos de innovación industrial en América Latina no es homogéneo entre los
distintos países. Tal advertencia es compartida por otros diagnósticos, como en el caso del
BID:
“Los países más pequeños y pobres en la región a menudo no tienen un marco institucional
para la ciencia y la tecnología, a excepción de unas pocas universidades y sus empresas
medianas o pequeñas usualmente no tienen cultura o capacidad de I+D” (BID, 1998).
Las diferencias de nivel entre los países de la región son perceptibles en distintos órdenes;
entre otros:
- calidad y eficacia del sistema educativo;
- capacidad de I+D y existencia de una comunidad relativamente fuerte en algunas
disciplinas o áreas tecnológicas;
- aprovechamiento o apropiación, por parte de la sociedad, de la producción local de
conocimientos.
La heterogeneidad de situaciones impone la aplicación de instrumentos y modelos
diferenciados en las políticas de ciencia y tecnología de los países latinoamericanos. Sin
embargo, este rasgo se contrapone con la tendencia de los programas de cooperación
internacional a prestar escasa consideración a las diferencias y proponer recetas semejantes.
Hay un contraste entre la heterogeneidad de las situaciones nacionales y la homogeneidad
de las acciones emprendidas por la cooperación internacional en ciencia y tecnología.
La heterogeneidad de la región abre oportunidades para el ejercicio de la cooperación
horizontal en la región, ya que los países de mayor tamaño relativo tienen la oportunidad de
mostrarse solidarios con relación a los más pequeños de América Latina.
b. Cooperación para la innovación
Los cambios producidos en los últimos años en el concepto de la innovación como un sistema
integrado, abren nuevas perspectivas a la cooperación tradicional en ciencia y tecnología. Los
participantes en la consulta consideraron deseable que la cooperación regional en esta
materia asuma una perspectiva que permita promover la integración de diversos actores
socioeconómicos, además de los científicos y tecnólogos, en el diseño de las grandes
estrategias en ciencia y tecnología. En este sentido, el instrumento de cooperación
internacional que registró mayor grado de acuerdo es el estímulo a la conformación de “redes”
de actores, por su eficacia, tanto para canalizar las actividades de cooperación, como para
promover procesos de innovación y desarrollo tecnológico.
No obstante, un límite en la efectividad de la cooperación internacional como instrumento de
estímulo a la innovación consiste en la dificultad para inducir por este medio la demanda, ya
que ésta no es un elemento autónomo de la política económica y de la estructura productiva
de cada país. Por otra parte, la lógica de la cooperación se contrapone frecuentemente con la
lógica de los intereses económicos y la competencia (o bien la encubre).
c. Cooperación para desarrollar la capacidad de I+D
En el mismo orden, los expertos consultados señalaron que las acciones orientadas a
estimular la actitud innovadora de los empresarios no garantizan de por sí la emergencia de
innovaciones. Para ello, recomendaron reforzar las estructuras de I+D, priorizar áreas
temáticas relevantes para la región y canalizar suficientes recursos.
El fortalecimiento de la capacidad científica y tecnológica en un sentido tradicional fue visto
como una estrategia que, si bien no repercute directamente sobre la conducta innovadora de
las empresas, es esencial para garantizar uno de los pilares de la capacidad tecnológica: la
formación de recursos humanos de alto nivel.
d. Desburocratización
Los expertos destacaron la necesidad de reforzar el protagonismo de los distintos actores
sociales en los programas de cooperación. En este sentido, consideraron que los procesos de
cooperación deben ser liderados de manera directa por la comunidad científica y las
empresas. En opinión del panel de expertos, la mediación burocrática en estos procesos
ocasiona importantes distorsiones.
Lineamientos para una acción regional en ciencia y tecnología
América Latina está hoy enfrentada a la necesidad de crear una nueva doctrina acerca del
papel de la ciencia y la tecnología como instrumento para alcanzar el desarrollo sustentable,
combatir la pobreza y construir sociedades más equitativas.
Los marcos conceptuales sobre los que América Latina construyó sus instituciones e
instrumentos de política científica y tecnológica durante las décadas de los sesenta y los
setenta deben ser revisados y actualizados. Las nuevas estrategias deben estar orientadas,
por una parte, a la consolidación de capacidades básicas de I+D, formación de recursos
humanos altamente capacitados y generación de una cultura favorable a la difusión de la
ciencia y la tecnología a una escala social. Por otra parte, deben tener como objetivo construir
el tejido de relaciones que configuran los “sistemas de innovación”.
Es bastante evidente, a partir del diagnóstico basado en indicadores, que las estrategias
orientadas a cerrar la brecha (excepto que se trate de algunos nichos puntuales) no son
realistas para los países de la región. En todo caso, la brecha que debe ser cerrada es la que
tiene que ver con los problemas sociales, la vitalidad del sector productivo y la capacidad de
aprovechar al máximo los recursos disponibles. De aquí que la inserción de la región en la
ciencia internacional deba ser concebida sobre supuestos que privilegien la capacidad de
aprovechar localmente los conocimientos que se generan, tanto dentro, como fuera de la
región.
En muchos foros regionales se reconoce la necesidad de contar con una estrategia orientada
a generar capacidades comunes que aglutinen a los científicos y a los centros de I+D
latinoamericanos, tanto en el nivel regional como el subregional, ya que sólo a través de una
estrategia de este tipo se puede alcanzar una dimensión equivalente a la de un país
industrializado de tamaño medio.
La estrategia orientada a generar capacidades científicas y tecnológicas comunes debe
contemplar al menos dos orientaciones diferentes.
1. Redes científicas, tecnológicas y de innovación,
2. Grandes emprendimientos.
1. Redes científicas, tecnológicas y de innovación
El impulso a la constitución de redes que aglutinen a científicos, tecnólogos, e incluso
empresas y otros actores sociales involucrados en la producción y utilización de
conocimientos es un punto central de las estrategias de cooperación más aconsejables. La
generación de estas redes a escala regional cuenta ya con importantes antecedentes en
América Latina. Actualmente, la generalización del acceso a INTERNET y la disponibilidad de
recursos de información y comunicación favorece la creación de una “masa crítica virtual” que
multiplique la capacidad de producción de conocimientos y la inserción de los investigadores
latinoamericanos en la comunidad científica mundial.
Las redes que incluyan a empresas, centros científicos, universidades e instituciones
financieras teniendo como eje la tecnología y la innovación cuentan con menos antecedentes
en América Latina, si bien han sido exploradas por el Programa Bolívar y los proyectos
IBEROEKA del Programa CYTED. El aliento a estas redes es imprescindible como
instrumento para la conformación de los sistemas de innovación. Una condición para el éxito
de tal estrategia es que las iniciativas estén apoyadas en políticas de desarrollo industrial e
integración aplicadas por los países que integran la región.
2. Grandes emprendimientos
América Latina no debe abandonar ciertos campos de la big science debido a su importancia
estratégica en el futuro, con el propósito de lograr ciertos grados de autonomía científica y
tecnológica que le permitan insertarse más equilibradamente en el escenario global. Para ello,
debe ser capaz de aprovechar adecuadamente las fortalezas que, en determinadas áreas del
conocimiento, han sido acumuladas por algunos países de la región. Temas como las
energías alternativas (incluyendo la energía nuclear), las actividades aeronáuticas y
espaciales, la biotecnología, la microelectrónica, las telecomunicaciones, el tratamiento de la
información y los materiales avanzados, entre otros, deben dar lugar a la creación de centros
o programas de carácter regional y subregional.
Existen experiencias del pasado que deben ser aprovechadas; tal es el caso del programa
latinoamericano de metalurgia apoyado desde hace décadas por OEA. La experiencia de los
grandes centros europeos, muchos de los cuales constituyen complejos entramados
científicos, tecnológicos e industriales debe ser también tomada en cuenta. Los campos de la
tecnología energética y aeroespacial tienen la doble condición de su carácter estratégico y de
la existencia de una masa crítica numerosa y calificada en países como Argentina, Brasil,
Chile, México y Venezuela, entre otros. Por tal motivo pueden dar lugar a programas que
demanden inversiones y actividades conjuntas en el ámbito de toda la región o en el nivel
subregional (como, por ejemplo, el MERCOSUR).
Otros campos, como las tecnologías de aplicación de la informática y las telecomunicaciones
pueden ser adecuados para el desarrollo de emprendimientos conjuntos de naturaleza
tecnológica y productiva con amplia difusión social, ya que permitirían involucrar a pequeñas y
medianas empresas de base tecnológica, brindándoles acceso a tecnologías modernas y a
mercados ampliados.
Finalmente, la inversión en grandes equipamientos científicos de alto costo puede adquirir
pleno sentido en un marco de aprovechamiento a escala regional. Alrededor de estos equipos,
instalados con sentido estratégico en distintos países, con el carácter de centros regionales,
sería posible estructurar redes científicas del más alto nivel que cuenten, a partir de las
facilidades comunes, con los medios necesarios para desarrollar investigaciones en la frontera
del conocimiento.
Los esfuerzos que se realicen en ciencia y tecnología son inseparables de una reforma del
sistema educativo en su conjunto, con el objeto de elevar el nivel medio de conocimientos y
calificar la fuerza de trabajo. Al mismo tiempo, es preciso formar profesionales, investigadores
y tecnólogos de alto nivel. Claramente, todo ello será posible sólo en un marco general de
políticas que, más allá del ajuste, tengan como objetivo retomar un camino propio hacia el tan
ansiado desarrollo económico y social. Este problema básico implica necesariamente a la
ciencia, pero es de naturaleza política, ya que, retomando las palabras de Negrín: la ciencia y
la tecnología deben proveer lo necesario para un gobierno racional, pero de ningún modo
pueden reemplazarlo.
REFERENCIAS
Albornoz, Mario; Ciencia y Tecnología en Argentina; documento de trabajo; Universidad de
Buenos Aires, 1989.
Banco Mundial; Informe sobre el desarrollo mundial 1998/99; Washington D.C., 1999.
Bell, Martin; Enfoques sobre política de ciencia y tecnología en los años 90; en REDES,
Vol. 2 Nº 5, Buenos Aires, diciembre de 1995.
BID; Cerrando la brecha; informe producido por Román Mayorga; Washington, 1998.
BRITISH ASSOCIATION; El Adelanto de la Ciencia en Relación con el Progreso Mundial;
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